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El pietismo fue un movimiento de avivamiento espiritual entre los luteranos promovido por Philipp Jakob Spener durante el siglo XVII y que se desarrolló notablemente en el siglo XVIII con personajes como August Hermann Francke y Nikolaus Ludwig, conde de Zinzendorf. Demostró ser muy influyente, y desempeñó un gran papel en la formación de filósofos y escritores, pues influyó notablemente a autores como Immanuel Kant, Johann Georg Hamann, Gotthold Ephraim Lessing y Friedrich Hölderlin.
El movimiento comenzó en Leipzig, en casa de Spener en la década de 1680, con reuniones que se asemejaban más a conferencias; se las llamaba Collegia pietatis (asambleas piadosas), y en ellas los laicos se reunían para orar y estudiar las Sagradas Escrituras. Progresó rápidamente, de modo que en Alemania tuvo arraigo en primera instancia en Berleburg gracias al conde Casimir von Wittgenstein. En dicha ciudad se publicaría la Biblia de Berleburg a manos del erudito y lingüista Johann Haug. El movimiento también se extendió por Berlín, Augsburgo y, especialmente, Halle, Wurtemberg y Alsacia. En el extranjero el movimiento llegó a las colonias británicas de Norteamérica en una fecha tan temprana como 1719, gracias a Alexander Mack, que lleva el movimiento a Pensilvania.
El pietismo daba más importancia a la experiencia religiosa personal de Cristo que a la rutina del culto y enfatizaba la lectura y estudio de la Biblia. Defiende el principio del sacerdocio de todos los creyentes, de manera que no solo los pastores podían dirigir la lectura en grupo de la Biblia, sino laicos sin formación teológica. El conde Zinzendorff Hernuk fue el fundador del grupo pietista de los «Hermanos Moravos», que especialmente promovió el comienzo y la rápida expansión de iniciativas misioneras.
La naturaleza de la creencia pietista atrajo a muchas mujeres académicas. Las comunidades pietistas ofrecieron a estas mujeres la libertad y refugio que no tenían en la burguesía. A pesar de que el pietismo da importancia a la sensibilidad y contiene un gran número de ideas humanistas no esta relacionado con él. Fue un movimiento paralelo a la Ilustración, convirtiéndose incluso en su adversario.[1]
El pietismo fue crítico del dogmatismo excesivo y del énfasis en la institución eclesiástica sin una vivencia interior. La oración personal y compartida era considerada más relevante que la liturgia.
En el siglo XVIII, la relación entre las mujeres y el pietismo fue el tema principal de algunos textos satíricos. La escritora Luise Gottsched escribió una obra de teatro cómica llamada Die Pietistery im Fischbein-Rocke inspirada en otra obra francesa de la misma temática.[2]
Modernamente, autores como el pastor John F. MacArthur en su libro "El Poder de La Integridad", sostienen que el pietismo es una perspectiva de santificación basada en que nuestro perfeccionamiento espiritual depende completamente de nosotros. Para MacArthur, aunque el pietismo tenía muchas características buenas: Enfatizaba la oración, el estudio de la Biblia, la práctica de las buenas obras y la autodisciplina; en realidad tenía la tendencia a la pérdida del equilibrio al sobreenfatizar el esfuerzo personal.[3]
Para MacArthur los que se adhieren a la perspectiva pietista creen que el cristiano debe utilizar todo el tiempo sus energías en su búsqueda de la santidad. Sus proponentes enfatizan versículos tales como 2 Corintios 7:1. «Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios», y afirman que tal limpieza es una tarea que sólo nos corresponde a nosotros, minimizando o sin reconocer, la labor de santificación progresiva del Espíritu Santo.
Según MacArthur, este énfasis tan fuerte en el esfuerzo espiritual personal, acompañado de constantes recordatorios de que la fe salvadora debe llevar a las obras, nos conduce a una de estas dos respuestas pecaminosas: Si nuestros esfuerzos tienen éxito, experimentaremos un orgullo carnal motivado por el triunfo: si fracasamos, nos desesperaremos porque entonces no tendremos a nadie hacia quien volvernos en busca de ayuda, ya que Dios no forma parte de este proceso.